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“Es bochornoso lo que se gasta en medios y en política en la República Dominicana un país donde hay pobreza”



La Dra. Flavia Freidenberg es de nacionalidad Argentina. Doctora en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca (2001) y Master en Estudios Latinoamericanos por la misma Universidad (1999). Subdirectora del Instituto Interuniversitario de Iberoamérica  de la Universidad de Salamanca (España). Ha realizado consultorías para el BID, PNUD, International IDEA, Ágora Democrática Ecuador, Fundación Arias para la Paz, Participación Ciudadana (Ecuador) e Instituto Interamericano de Derechos Humanos/CAPEL. Ha publicado varias obras dentro las cuales se destacan: “El sueño frustrado de la gobernabilidad: instituciones, actores y política informal en Ecuador”; y el libro “Selección de candidatos y democracia interna en los partidos de América Latina”.

Cuando hacemos un recorrido por los aciertos y desaciertos que han tenido nuestros países podemos reafirmar que nuestra región vive en una constante paradoja. Los datos ofrecidos por la CEPAL concluyen que: “América Latina es la región más desigual en el mundo, cinco de los diez países más desiguales en el mundo se encuentran en América Latina. Sólo Chile ha logrado disminuir significativa y constantemente  la tasa de pobreza desde 1990” [1]

Hemos tenido avances en nuestra democracia, quizás uno de los mayores logros es la celebración de elecciones periódicas libres, por lo menos, en la mayoría de los países de América Latina. Desde una perspectiva más general para el Programa de las Naciones Unidas (PNUD) el mundo es más democrático: “de los 140 países en los que se convoca elecciones multipartidista, el 80 por ciento (el 55 por ciento  de la población mundial) son plenamente democráticos”.[2]

Sin embargo, nuestra “democracia” está fallando, porque hay un alto nivel de debilidad institucional, pobreza, e injusticia social en todas sus manifestaciones ¿Por qué los avances democráticos no han erradicado la brecha de la desigualdad social? Probablemente encontramos la respuesta en lo que el PNUD ha denominado como “democracia de ciudadanía” Es decir, América Latina se ha quedado rezagada en una democracia electoral donde nuestros derechos continúan limitados.

Ante ese escenario los partidos políticos desempañan un rol esencial para canalizar las necesidades de los ciudadanos, pero el populismo, las promesas incumplidas, el clientelismo y la corrupción hace que nos preguntemos ¿Los partidos políticos realmente representan una opción para alcanzar la construcción de una democracia de ciudadanía? Las fórmulas partidistas siguen vigentes, no obstante, el empoderamiento ciudadano ha cobrado un protagonismo necesario para visibilizar y mejorar nuestro sistema.

Más allá de las críticas tenemos que asumir responsabilidades, por eso coincidimos con las palabras del Dr. Dante Caputo[3], cuando dice que: “No hay malestar con la democracia, pero hay malestar en la democracia. Y para resolverlo es indispensable hacer uso del instrumento más preciado que ella nos brinda: la libertad. Libertad para discutir lo que molesta, lo que algunos preferiría que se oculte. Libertad para saber si lo que discutimos es lo que precisamos discutir o lo que otros nos han impuesto, para saber cuáles son nuestras urgencias y prioridades”.

Para hablar sobre el rol de los partidos políticos, los desafíos de América Latina y la República Dominicana en los procesos electorales, entre otros temas, conversamos con la Dra. Flavia Freidenberg, politóloga y Subdirectora del Instituto Interuniversitario de Iberoamérica en la Universidad de Salamanca (España).


[1] Datos proporcionados por el Banco Mundial. Fuente: Portal Web The Inter-American Dialogue. Ver en línea http://www.thedialogue.org/PublicationFiles/Politica%20Social%20Sintesis%20No%201%20Pobreza%20y%20Desigualdad%20en%20America%20Latina.pdf

[2] Portal del Programa de las Naciones Unidas (PNUD). Informe Sobre Desarrollo Humano. Madrid, Mundi-Prensa . En línea http://hdr.undp.org/en/media/libro_hdr_entero.pdf P.2

[3] Dante Caputo, politólogo argentino. En la actualidad es asesor especial del Secretario General de la OEA y Co-director del segundo informe sobre la democracia en América Latina, Nuestra Democracia. Miembro del Consejo de Presidencia de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Argentina. 


La foto de Flavia Freidenberg, obtenida de http://www.clacso.org.ar/ Una versión de la entrevista fue publicada en la Revista Communis Opinio de la PUCMM.

Realizado por: Felicia Tavárez Suárez

 1-A través de los procesos políticos y sociales, hemos podido percibir avances en la política latinoamericana. Asimismo, podemos afirmar, como lo establece el Informe de las Naciones Unidas denominado “La Democracia en América Latina”, que tenemos una democracia electoral. Sin embargo, desde la perspectiva de la Ciencia Política, ¿Cuáles carencias presenta la democracia de ciudadanía (si la podemos llamar así) para que nuestros derechos sean efectivos?

FF: Creo que, desde la década del 70, nosotros en América Latina estamos pasando por un proceso sin precedentes en la historia de la región, que tiene que ver, no sólo con la celebración de elecciones cada cierto tiempo (que supone la alternancia y la rutinización de unos procesos y unas prácticas relacionadas con la democracia), sino también con algunas otras cuestiones vinculadas al compromiso de los actores políticos. Los conflictos se resuelven a través de mecanismos consensuados, y los actores políticos tienen el compromiso de respetar una serie de derechos y una serie de garantías.

El compromiso de los actores y de las instituciones políticas con respecto a la manera en que se hacen las elecciones es importante, y por eso estamos convencidos de la necesidad de que no sólo se celebren elecciones (lo cual, dicho de esa manera, parecería  algo poco importante, y no creo que lo sea), sino que se mejore la calidad de esas elecciones.

Es cierto que América Latina ha vivido en los últimos 30 años un proceso de rutinización de procesos electorales, y lo ha hecho teniendo en cuenta que las elecciones son un procedimiento para resolver conflictos, y que la política democrática es la manera en que conseguimos consignar intereses distintos en sociedades fragmentadas por una vía que sea legal, institucional y que de alguna manera respete los derechos de los ciudadanos que viven en esa sociedad democrática. A mi parecer, esto ha sido muy positivo, considero que América Latina ha efectuado procesos importantes en el camino hacia la democratización.

Considero que no podemos utilizar el concepto de “Democracia Electoral”, porque en realidad es la democracia en sí, ya que, si decimos democracia electoral, es como si le estuviéramos poniendo adjetivos negativos a los procesos que hemos desarrollado hasta el momento, lo cual me parece que sería injusto para los esfuerzos de muchos demócratas en América Latina. Quiero confiar en que las elecciones son necesarias, son un paso evidentemente, aunque no es lo único que tiene que hacer una democracia, pero es un paso muy importante, y si le ponemos “democracia electoral”, podemos dar el juego a quienes piensan que esto no es importante, lo cual no es el objetivo de quienes nos preocupamos por la democracia.

En los últimos 30 años, lo que tenemos en América Latina son procesos muy importantes en los que se han tomado los pasos necesarios y fundamentales para poder desarrollar una democracia.

Lo que estamos viviendo y experimentando es un proceso de democratización que ha conllevado diferentes etapas. Generalizar diciendo que todas las elecciones en América Latina son de la misma manera evidenciaría un pensamiento simplista. Es cierto que hay tareas por hacer con respecto a como se hacen esas elecciones, considerando cuáles son las condiciones económicas, políticas, e ideológicas, en las que se dan esas elecciones, condiciones  que daré con una serie de preguntas a modo de ejemplo:

a) ¿Todos los candidatos tienen las mismas condiciones socioeconómicas, o las mismas oportunidades socioeconómicas para defender su candidatura en una campaña electoral? En caso de que la respuesta sea negativa, entonces esa democracia y esas elecciones tienen problemas, en caso de que la respuesta sea afirmativa, entonces cotejamos, hacemos una lista y decimos esto lo cumplimos;

b) ¿Las instituciones electorales, la Junta Central Electoral, o el Tribunal Supremo de Elecciones (como se llame en cada país) son independientes del poder político? En caso de que la respuesta a esa pregunta sea negativa, entonces tendríamos que preocuparnos, porque esa democracia tendría condicionantes, y, en caso de que la respuesta sea afirmativa, entonces en nuestra lista cotejamos, es decir, decimos que esto también lo cumplimos;

c) ¿El acceso de comunicación a los candidatos está regulado y es equitativo para todos, o hay unos que tienen más dinero y, por ende, más posibilidades de comprar más espacios en los medios de comunicación? Si se da el primer caso y todos tienen la misma oportunidad de acceso, entonces decimos: ¡fantástico, eso es bueno para la democracia!, pero si se da el segundo, entonces estos candidatos tendrían más posibilidades de exponerse ante la opinión pública, lo cual entonces nos debería preocupar, ya que las elecciones serían inequitativas.

De lo que se trata ahora es de estudiar y de pensar en la calidad de las elecciones que se están celebrando en América Latina. Yo creo que ése es el objetivo al que tendríamos que estar apuntando los académicos, los analistas, y los consultores; no tanto el preguntarse si esa es una “democracia electoral”. De hecho, se trata de una democracia mucho más consolidada e institucionalizada que en otros países.

Creo que la idea de la democracia está extendida, prueba de ello es el hecho de que no haya actores políticos que quieran provocar un retroceso autoritario. Debemos más bien preguntarnos en qué condiciones están nuestras democracias, es decir, ¿cuál es la calidad de los procesos electorales, de las prácticas democráticas, y de las instituciones que participan en esas democracias?

Mucha gente cree que la democracia es la voluntad de la mayoría y ya. Estaba en una conferencia, cuando un profesor colega mío, me preguntó algo que me intrigó: ¿Qué pasa en una sociedad cuando la mayoría elige en contra de la democracia? Una de las preocupaciones que deberíamos tener es que la democracia debería ser obviamente la voluntad de la mayoría protegiendo los derechos de la minoría.

En algunos países de América Latina se han dado recientemente procesos en donde la mayoría elige opciones que buscan reformar situaciones o dinámicas políticas, buscando un cambio, con respecto del cual tengo mis dudas. Si estamos siendo cuidadosos con los derechos de las minorías, es necesario saber que en algunos países de América Latina (no es el caso de la República Dominicana) lo que hay es una tensión entre los intereses de la mayoría y los intereses de unas minorías que no están de acuerdo con ese cambio, pero como la mayoría ganó en elecciones, tienen legitimidad de origen.

El problema es cuando esa mayoría legitima procesos que minimizan los derechos de unas minorías. Ahí hay un segundo desafío de cara a la democracia en América Latina. El primer desafío es la calidad de las instituciones, calidad en los procesos, es decir, cómo hacemos las elecciones, quiénes tienen acceso, cómo es ese acceso para hacer campaña, cómo la gente traduce sus preferencias en votos. Es legible, es fácil, es sencillo ir a votar; el Estado llega a cada rincón del país.

2-La historia política dominicana ha estado matizada por diferentes etapas sociales y políticas. En contraste con esos cambios y con la transición democrática, se ha presentado una tendencia que cuestiona el rol de los partidos políticos, planteando que éstos (por ciertas circunstancias, como el clientelismo) no representan los intereses de los ciudadanos. Sin embargo, los partidos todavía existen, y aún no se ha creado una figura que pueda sustituirlos, en ese sentido ¿Cuál es su visión sobre esa tendencia? ¿Cómo se debería cuestionar el rol de los partidos políticos en el sistema democrático?

Tengo una posición quizás bastante dura sobre este tema. He defendido, junto al profesor Alcántara, la idea de fortalecer a los partidos en América Latina, pues estamos convencidos de que sin partidos políticos no hay democracia. Los esfuerzos deben ir orientados a mejorar la democracia interna y el pluralismo en los partidos, así como a mejorar la manera en que se comunican los candidatos con los ciudadanos, y a mejorar los niveles de control que los ciudadanos tienen de los partidos y de los políticos en épocas no electorales.

Me parece que es una necesidad urgente cambiar la manera de hacer política, que no significa eliminar a los partidos políticos como institución, sino transformar la manera en que se hace política.

En países como la República Dominicana, los ciudadanos interactúan con los políticos por tres vías: a) De manera programática: Es decir, yo te pido a ti, político, que me des ideas, y yo te elijo en función de tus ideas; b) De manera ideológica: Yo te pido político, que nada más representes la ideología de Juan Bosch (por ejemplo) y ya, pues por todo lo que hagas en nombre de él yo te voy a votar; y 3) De manera clientelar: Yo a ti, político, te pido que me resuelvas cosas concretas de mi barrio o de mi pueblo, o te pido trabajo o recursos. Siguiendo esto, cuando los ciudadanos dejen de pedir trabajo, recursos, bolsitas, despensas y demás, y sólo pidan ideas y programas, entonces hablaremos de cómo cambiar a los Partidos; pues, cuando los ciudadanos ya no pidan recursos clientelares, los políticos no tendrán a quiénes ofrecer esos recursos clientelares. Es como la regla de la oferta y la demanda: cuando la demanda cambie, no va a haber oferta, pues no va a ser racional ni económicamente factible.

Ahora bien, lo que estoy diciendo es absolutamente idealista, ya que en sociedades con necesidades básicas insatisfechas, con una cultura de la legalidad muy mínima, y con una manera de relacionarse basada en vínculos y compadrazgos (en resumen, con una cultura política de lo informal), es muy difícil que esto cambie. No justifico a los políticos, pero ellos son actores racionales, no pueden ir a ofrecer ideas o programas si la gente para votarles les pide otra cosa.

Lo que se puede hacer es mermar las opciones de ofertas clientelares desde el plano del diseño institucional, desde las reglas de juego, desde las reglas electorales. Por ejemplo, las caravanas en donde supuestamente tenemos que evaluar la fuerza de un candidato por la cantidad de gente que les está vinculando, son excelentes escenarios de clientelismo político, pues uno ve a la gente con una devoción espectacular por líderes que no tienen carisma, es simplemente algo que no es real, un mero foco de clientelismo.

Cuando los políticos van de casa en casa, si no van con una respuesta concreta a las necesidades concretas de la gente, ésta le dirá “¿qué me vienes a ofrecer? porque viene el otro candidato del otro partido, y me lo va a dar”. Es necesario un cambio en la cultura democrática, en la cultura de la legalidad y en las reglas electorales, creándose instituciones electorales que castiguen incluso con pérdida de candidatura a aquellos que hagan clientelismo, pero eso hasta ahora es una vana ilusión. No me satisface el hecho de saber que eso es un ideal y quedarme sentada mirando sin hacer nada. Es una cuestión idealista, por ejemplo, el acceso a los medios de comunicación.

En la actualidad hay dos modelos en boga en el mundo: 1) Los Partidos compran todo el espacio que quieren, y 2) Los políticos no pueden comprar todo el espacio que quieren, y eso se canaliza a través de la institución electoral para reducir los costos de las políticas.

Aquel país que tiene la primera opción no es que está mal o peor, lo que tiene es más gastos en política, es decir, lo que es bochornoso es lo que se gasta en medios y lo que se gasta en política en sociedades donde hay pobreza (como en República Dominicana).

Los políticos quieren ganar elecciones, y si la gente exigiera pluralismo y democracia interna, los políticos se cuidarían en la manera de elegir a sus candidatos y respetarían las decisiones internas, pues cuando los políticos ven que a los ciudadanos esto no les importa, le conceden menos interés a preocuparse por la manera en que se selecciona a los candidatos. Entonces no se trata de eliminar a los partidos políticos, se trata de mejorar la manera en que éstos y los políticos participan en la democracia. Las alternativas outsider de gente mesiánica que creían tener la solución no han cambiado la practica democrática en esas sociedades donde nacieron, sino que las ha hecho más autoritarias.

Hubo una época donde el tema era “vamos a eliminar a los Partidos y van a surgir movimientos”, y esos movimientos que han surgido no son instituciones que vienen de otro planeta, simplemente surgen en la misma sociedad en que viven.

3-En la República Dominicana, la elección de los candidatos que realizan los partidos políticos ha sido ampliamente cuestionada, porque sólo se toma como parámetro la popularidad, así como otros elementos exiguos. En su libro “Selección de Candidatos y Democracia Interna en los Partidos de América Latina”, usted plantea que: “la elección de un candidato es una de las decisiones más importantes que los miembros de un partido pueden tomar. El proceso por medio del cual se llega a esta decisión es uno de los momentos más significativos en cualquier organización partidista”. En ese sentido: ¿Qué tipo de análisis deben realizar las organizaciones partidistas para elegir a sus candidatos? ¿Qué propuestas puede mencionar?

La manera en que se selecciona a los candidatos genera consecuencias sobre otras dimensiones de un partido político. En América Latina hay cierta conciencia entre los actores partidistas de que es importante ser cuidadoso en la manera en que se selecciona a los candidatos, y hay experiencias distintas (como en República Dominicana) en donde el voto del militante importa y se genera competencia interna dentro del partido político.

Hay recursos para hacer esos procesos, lo cual me parece significativo. Hacer elecciones primarias o elecciones internas y cerradas dentro de un partido representa un paso importante en el proceso de democratización interna de los partidos políticos, y es algo que todos deberíamos aplaudir. El problema es cuando se hacen esos procesos y luego la cúpula de un partido o el líder de un Partido (en función de alianzas con otros partidos o en función de otros tipos de intereses) quitan ese derecho de candidatura a aquel que ganó la candidatura interna, y que además renuncie a ella por cuestiones ideológicas.

En la práctica, se trata de personas que han gastado entre ochenta mil y cien mil dólares en hacer una pre-campaña con la meta de poder obtener un puesto político, y se queda truncada su selección a la mitad. Yo siempre suelo decir que si un político gasta ochenta mil en una pre-campaña y cuatrocientos mil en una campaña, deberíamos preguntarnos:

¿Cuánto espera ganar? Imagínate, fue un dinero invertido que nunca vas a recuperar. De todo, es lo que menos me preocupa, pues nadie obliga a un político a invertir ese dinero, es una decisión personal. Lo que sí me preocupa es la consecuencia para la democracia, es decir, los contratos que se tienen que apalabrar o los acuerdos que se tengan que hacer, o la manera en que tú tengas que funcionar para que una vez en la práctica política puedas dar respuesta a quienes te apoyaron, eso genera una serie de consecuencias.

Creo que es muy importante seleccionar competitivamente a los candidatos. Por ejemplo, yo participé en un diagnóstico para el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Panamá sobre Selección de Candidatos, y una de las cosas que propusimos (y que está en debate para la Reforma Electoral panameña) es el hecho de que los candidatos que salgan elegidos en las internas tengan que ser inscritos automáticamente en los Tribunales Electorales, es decir, que el resultado en la interna tenga potestad automática como candidaturas frente al Tribunal; y que las alianzas se tienen que hacer antes no se pueden hacer después. Esto se hace desde el diseño electoral, pero tiene que haber un compromiso de los actores partidistas para aceptarlo.

4-¿Cómo definiría el transfuguismo? ¿Cómo se presenta en Iberoamérica? ¿Es de práctica común? ¿Es legalmente sancionado?

Depende en cada país, pero en general la idea es que el transfuguismo es una práctica que desestabiliza al sistema de partidos. En algunos sistemas políticos se sanciona directamente el hecho de que se susciten esas prácticas, por ejemplo, con pérdida de escaño. Si tú eres elegido por un partido político, una vez que estás representando el mismo, no te puedes cambiar de bloque, lo que significa que el escaño es del Partido y no de la persona. Esto es perfectamente discutible, ya que en cada país es diferente, pero en general la idea es esa.

5-En el año 1994, se establecieron en la República Dominicana cambios constitucionales importantes a raíz de la crisis que se vivió en ese año, donde se separaron las elecciones presidenciales de las parlamentarias, se establecieron los Colegios Electorales cerrados, y se prohibió la relección presidencial. ¿Cómo ha sido la experiencia de los países latinoamericanos que en algún momento han establecido la reelección? ¿Cree que nuestras instituciones o nuestros sistemas democráticos son débiles ante la figura de la reelección?

Creo que las reelecciones son muy importantes y tiene que haber posibilidad de reelección. Tienen que ser los ciudadanos los que digan “no” a un candidato. Me parece que la reelección incrementa la rendición de cuentas de los políticos frente a los ciudadanos. Esa es mi posición en general, y es la posición de una parte de la doctrina.

Hay que generar posibilidades en que los ciudadanos pidan la rendición de cuentas en su relación con el político, y para eso tiene que haber posibilidades claras de castigo y de premio. La reelección sería el premio, por lo que, si un candidato no tiene chance de reelección, entonces está siendo castigado antes de ser evaluado por parte de la ciudadanía. Considero que la reelección tiene que ser condicionada, es decir, que no sea eterna. 


No obstante, hay sociedades donde este tema es más complicado, como es el caso de México, donde hay toda una política en contra de la reelección, ya que fue parte de la Constitución del Estado mexicano. Aun así, creo que en otras sociedades es un debate que se tiene que tener respecto a la calidad de su democracia.

6-¿Cuáles paradigmas considera usted que tiene que tener en cuenta la juventud que se interesa de manera formal en la Ciencia Política, y en erigir un liderazgo político con propuestas comprometidas en fortalecer la democracia?


La primera idea que yo descartaría es creer que a los 20 años ustedes no necesitan seguir estudiando, pues en algunas sociedades es muy recurrente el éxito fácil. Considero que una persona a los 20 años tiene que estar terminando su Licenciatura, a los 22 tiene que estar haciendo su Máster, y si quiere ser docente tiene que hacer su Doctorado, sea en República Dominicana o fuera. Esa es la primera idea que descartaría, la de que no es necesario, porque sí es necesario. Se tiene la concepción de que lo mejor es el acceso fácil a un puesto público o a un recurso determinado, sin embargo, si queremos realmente transformar la sociedad, necesitamos profesionales formados. 

Mi opción fue salir de mi país e irme a formar al extranjero. Esta no es la única opción, pero a mí me sirvió, ya que viajar hace que relativicemos lo malo y que aprendamos cosas buenas, así como nos damos cuenta de que hay cosas que son maravillosas en nuestro país, y que no es necesario erradicarlas. 


Mi primera sugerencia es erradicar esa idea del éxito fácil. Yo creo que América Latina necesita Doctores y necesita menos gente que diga que hace política. Asimismo, necesitamos politólogos. ¿Todos los políticos tienen que ser politólogos? Mi respuesta es no, lo que pasa es que en República Dominicana no hay Ciencia Política como tal. Aquí hace falta mucho trabajo, gente joven que se apropie de esto, que trabaje por su país. 

Mi segunda sugerencia en que bajen de estratos sociales, es decir, que trabajen directamente en comunidades de base, en comunidades locales, identificando cuestiones, haciendo trabajo de voluntariado, o haciendo trabajo social. La conciencia crítica también se puede generar desde esa perspectiva. A mis estudiantes politólogos les digo: “hagan trabajo de campo, es decir, conozcan y aprendan sobre las sociedades desde abajo”. Yo creo en una Ciencia Política implicada en la transformación de la sociedad en términos de democracia, y necesitamos gente que conozca la realidad de los ciudadanos.



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